"La generación Beur"

y Azouz Begag en El niño del Chaâba



Leonor MERINO*

Hace ya dieciocho años que la palabra "beur" está de moda en los medios de comunicación franceses.

Todos esos años en los que prensa, radio, televisión, algunos políticos y otros cuantos sociólogos descubrieron un día "atónitos", que quienes, en los años cincuenta y sesenta se marcharon de sus países magrebíes para entregar lo mejor de sus años -la ilusión y el trabajo- a una Francia entonces en pleno desarrollo, habían tenido hijos para quienes no existía ya el mito del regreso al terruño, hacia la escarpada Cabilia, hacia la aldea marroquí o el palmeral tunecino, puesto que, en esos retoños, florecía ya otra realidad bien diferente.

Esos hijos de emigrantes del proletariado, por haber -llegado- nacido en las grandes ciudades de hormigón o en las chabolas de los extrarradios de Francia o de Europa donde de niños corretearon y se hicieron mayores, pretendían tejer en esas tierras su futuro.

Y esos dieciocho años son los que van, en mirada retrospectiva, desde nuestros días al uno de diciembre de 1983, fecha de la llegada a París de la famosa "marcha de los Beurs", que logró movilizar a miles de personas, para manifestarse "contra el racismo y por la igualdad de derechos".

Dicha movilización fue la primera aparición pública que, al salir del anonimato, reclamaba un lugar en la escena pública, social y mediática.

El término "beur" se propaga, sobre todo, por las afueras parisinas más que en otro lugar, pero ha ocupado, definitivamente, el imaginario de la gente cuando desea referirse, sobre todo, a los escritores nacidos en tierras europeas o a las que llegaron a edad bien temprana con esos padres emigrantes de la primera mitad del pasado siglo.

Por tanto, estos escritores escriben no sólo a partir del Magreb sino también de su propia realidad cotidiana.

Aunque, en general, las referencias imaginarias y las fuentes están marcadas por historias específicas que no están ancladas en lugar alguno, sino en situaciones espaciales periféricas. Ahí reside su novedad, puesto que aportan un ángulo de vista descentrado en relación a todo lo que se ha dicho sobre los inmigrantes y la sociedad francesa.

Estos jóvenes son la consecuencia literaria de una misma circunstancia, jóvenes que provienen, en su mayor parte, del mismo medio social y cultural: familias emigrantes establecidas en Inmuebles de Alquiler Moderado (H.L.M.), en las áreas industriales y marginales de las ciudades.

Esa juventud, que esboza su cruel cotidianidad y que inunda como vertiginosa cascada las páginas con su lengua y códigos persistentes, tenía que compartir los mismos objetivos, experiencias y obsesiones, aunque los recorridos sean siempre individuales y, la mayoría de las veces, autobiográficos.

Sus novelas, más que una memoria personal, es la memoria de un pueblo sin historia, la del pueblo inmigrante y la de aquel que vive la separación entre el hogar y la calle.

Por eso, para quien que no posee tierra firme, la memoria es el único campo que le queda por labrar.

Porque, en el caso en el que sus sueños infantiles se habieran arraigado ya en tierras de Al-Maghrib, trasladarse a Europa supuso una profunda desorientación. Puesto que cuando la infancia se confunde con el desgarro, la separación del país natal es una enfermedad de la que no se cura.

De ahí que las obras, las colecciones de poesía de estos jóvenes muestren desaliento y melancolía, pero también exasperación y deseo de vivir con plenos derechos. Ya que, por uno y otro lado, se les recrimina no pertenecer al grupo, a la familia.

Y, en efecto, avanzan cavalgando, inmersos en un mestizaje cultural, entre recuerdos en lontananza de las culturas magrebíes y fragmentos de cultura extranjera.

Así, en Shérazade, Leïla Sebbar (nacida en Aflou, Argelia, y residente en París desde 1963) sigue a estos jóvenes por las atiborradas aceras de la gran ciudad: Una joven que en vaqueros, con diecisiete años, morena, cabello rizado y ojos verdes que se relaciona con "okupas" y que sabe dónde puede encontrarse la "hierba", no tiene ya nada que ver con la joven musulmana de antiguas generaciones.

Y Hocine Touabti nos narrará la historia de la errancia de otro emigrado en L'Amour quand même.

Hacène Zehar logra que su héroe, Salem, en angustiosa búsqueda por su identidad, se refleje en Miroir d'un fou.

Y Ahmed Zitouni, con el título Avec du sang déshonoré à leurs mains y que ha sido extraído de Verlaine pero salpicado de escritura violenta, ofrece respuesta al desprecio de la sociedad, a través de una ironía chirriante y mordaz. (¿No nos recordó Paul Valéry que el humor es cortesía de desesperación?)

Cronológicamente, se podría decir que fue sobre todo, en 1983, con el escritor argelino Mehdi Charef (llegado a Francia con once años), y con su novela Le Thé au harem d'Archimède (título de intencionado despropósito lingüístico por «le théorème d'Archimède»), cuando estos jóvenes de origen magrebí emprendieron el vuelo de su escritura.

Dicha fecha coincide con la marcha y manifestación, anteriormente citada, que un año después Bouzid reflejará en su Carné de ruta: La Marche: traversée de la France profonde.

Así, entre los escritores que han echado raíces en Francia se encuentran: Azouz Begag nacido en Lyon, Nina Bouraoui en Rennes, Akli Tadjer y Farida Belghoul en París.

Entre los que nacieron en el Magreb y llegaron de niños a Francia o a Bélgica, nos encontraremos, entre otros, con el citado Mehdi Charef nacido en Maghnia, con Nacer Kettane que vio la luz en Kebouche, con el nombrado Bouzid alumbrado en El-Ouricia y con Leïla Houari originaria de Casablanca.

Con todas esas circunstancias y características en su escritura que, a simple vista, parecen aunarles, pasaron a ser "la generación beur", pero que no debiera así denominarse, si con ello se interpreta, como unidad o "escuela estilística", a esa numerosa creación innovadora en valores y horizontes.



Beur y beurre: vocablos homófonos



En relación con la interpretación de la palabra "beur", la citada fructífera escritora argelina, Leïla Sebbar, en su novela Parle mon fils parle à ta mère, describe un maravilloso diálogo entre una madre cabileña que pregunta a su hijo mayor por el significado de esa palabra, cuyo sonido le recuerda la palabra francesa "beurre" [mantequilla], pero que, sin embargo, no alcanza a comprender del todo.

Qué tiene que ver -se pregunta la madre-, esa denominación, que se le da a los jóvenes árabes en Francia, con esa otra palabra, puesto que si con ella lo que se quiere dar a entender es su color: "¡los árabes no son precisamente blancos como la mantequilla!..."

Y prosigue la madre: "Ber, entre nosotros, en árabe, quiere decir país tú lo sabes, hijo mío, ¿es así o no?"

Entonces, el hijo intenta enseñar a la madre que la palabra beur ha sido formada a partir de la palabra árabe, tomada al revés.

Mucho, enormemente, le estaba costando al hijo convencerla de que árabe, al revés y partiendo de la última sílaba, llegaba a dar la palabra beur.

"Pero a dónde había ido a parar la a, no se la oía ya, y eso que había dos...", argumentaba, inquieta, la madre.

El hijo le explica que beur no tiene nada que ver con la palabra país. Y que también se suele decir rebeu, por árabe...: "Ahora sí que en esta palabra ya no existe ninguna a, y, al revés, se obtiene fácilmente beur", continuaba explicando su vástago, creyendo por fin convencerla.

Pero la madre seguía sin creer que no se encontrara país en beur... Y además, repetía, que eso no sonaba bien, que era un sonido muy exagerado como la palabra francesa que denominaba ese alimento graso y blando que a ella no le gustaba...

Como se puede constatar, tras esa hermosa y sutil explicación hecha ternura, se esconde una terrible discriminación, puesto que ya se sabe el peso que tienen las palabras en el imaginario. Etiqueta que en sí misma denota la exclusión de una realidad social. Tal vez la diferencia "física", palpable, entre un pasaporte nacional francés o europeo y un carné de identidad de diferente color...

Azouz Begag sale al encuentro de mis reflexiones, en su obra Écarts d'identité: Que yo sea beur significa que no soy de aquí ni de allí, ni deseoso de serlo... La generalización por los medios de comunicación de este término, retomado por responsables políticos, se convierte rápidamente en instrumento de gueto.



Azouz Begag: hijo de inmigrante



A este escritor, fructífero (su obra se recoge en Encrucijada de literaturas magrebíes) y de procedencia argelina, lo presenté por primera vez en España, en el Instituto Francés y en la Universidad Autónoma de Madrid, hace ya diez años.

Por entonces, se televisaba la Guerra del Golfo. Y ahora, cuando el escritor regresaba, por segunda vez, con motivo de las traducciones de su primera obra, Le Gone du Chaâba, y de su reciente obra, Le Passeport, se estaba gestando el desencadenamiento hacia la Guerra de Afganistán [las terribles noticias televisadas parecen también ser leyes de mercado].

Pero lo que deseaba comentar, ahora, es una de las mejores novelas de la literatura magrebí en Francia: Le Gone du Chaâba, que recibió el Premio Sorcières (1987), y que ha tomado en lengua castellana el siguiente título: El niño del chaâba.

Gone se refiere al chiquillo, al rapaz de Lyon, y chaâba es el conjunto de chabolas, en el barrio de las latas, al margen de la ciudad.

El escritor va narrando en primera persona, con una voz en presente de indicativo y con una gran vena creativa, que provoca hilaridad, fresca espontaneidad, y que sumerge al lector, sobre todo, en su infancia y aventuras, con el fin de llegar a la escuela francesa y poder así progresar, en el acceso a una vida moderna.

La realidad del inmigrante, y de quien vive otro espacio diferente al propio, quedará expuesta.

Arrancado de sus raíces, el pequeño héroe introduce la separación que existe entre él y el universo simbólico, primera matriz, que define su ser.

Fruto caído de su árbol, el "transplantado" se abre a otra definición en otro universo distinto. Ese paso, redifinición de identidad, va a tener un precio: La angustia unida a la incertidumbre.

Sin embargo, Azouz Begag, consciente de ese desgarro, a través del humor cálido y de la sutil ironía, enmascara la ácida realidad con el fin de hacerla más agradable al lector y con el fin, también, de que éste la asimile y, sin casi darse cuenta, constate el acto heróico de sobrevivir, las dificultades, las contradicciones de un niño, de un chaval, aparcado en el linde del camino.

Humor, preludio de alejamiento narrativo con la real historia vivida del narrador: Su propia noción del tiempo, su distancia, y su propio lugar que en el mundo ocupa.

Originalidad, imaginación y ternura son también dotes naturales de esta viva y penetrante escritura, que introduce páginas con la lengua de la calle y lo cotidiano, y que irrumpe con su luz a borbotones.

Escritura, tejida de gran elegancia moral y estética, que no condena o absuelve sino que es impulso de vida.

En esa maravillosa historia se inscriben las migraciones de los hombres, el despertar de esa pasión por el otro.



*(Leonor Merino: Drª Univ. Autónoma de Madrid, investigadora, traductora y autora de Encrucijada de Literaturas Magrebíes)



(Azouz Begag: Le Gone du Chaâba, París, Le Seuil, col., Points, Virgule, 1986, 247 p. Traducción, El niño del chaâba, por Mª Dolores Mira, Del Bronce, Barcelona, 2001, 182 p.)